Tere Vila Matas es artífice de una propuesta pictórica revolucionaria. Ha sabido articular un lenguaje propio que mezcla su propia naturaleza occidental con conceptos estéticos orientales y una técnica china milenaria. Se trata de una apuesta original que consigue resultados sorprendentes. “Siento que mi forma de pintar me envuelve en un mundo mestizo cada vez más rico. Para un occidental, los conocimientos y planteamientos orientales son extremadamente enriquecedores.”
La técnica oriental de la que se sirve Tere Vila Matas se basa en el uso del papel de arroz y la tinta china. El papel de arroz es sumamente absorbente así que la tinta penetra en su interior y no queda suspendida sobre él, como ocurre con otras técnicas. Para que la tinta no se corra en una mancha incontrolable es preciso acariciar suavemente el papel y dejar que el pincel fluya siguiendo los dictados de la fuerza interna, nunca física. La técnica no permite ni titubeos ni correcciones. El pincel es un puñado de pelos en la punta de un mango de bambú, tan sensible que para manejarlo se necesitan años de aprendizaje.
El trazo , a través del que se expresa la personalidad del artista, se realiza gracias al movimiento de todo el brazo. Esto permite trazos más precisos, expresivos y más largos. “El aprendizaje necesario para hacer danzar el pincel y alcanzar la maestría –en palabras de Vila Matas- se consigue a través de la caligrafía y de los trazos caligráficos, moviendo el pincel como una prolongación de uno mismo. Aprendiendo a ir a la izquierda y a la derecha, de forma que el pincel jamás se abra sin quererlo. Aprendiendo a cargar el “depósito” del pincel para dejar un sinfín de tonos y valores en una sola pincelada y todo un mundo dentro del papel de arroz. Dominando totalmente el movimiento del pincel y sacando todo su provecho de forma que, si nos acercáramos, veríamos cómo realmente baila, cómo se sienta, se levanta, gira.” La artista insiste en que hay que aprender el método “para después, una vez asimilado, olvidarlo y entrar en la pintura, dejando que todo brote como una fuente a través del pincel”.
Tere Vila Matas posee una singularísima personalidad que se traduce en la forma en que ve y en que plasma el entorno. “Para pintar cualquier cosa hay que sentirla, desearla y conocer su forma física, para después desnudarla. No podría pintar nada sin conocer sus raíces y su fondo. Hay que llegar al alma. La pintura, tal como la siento, bajo influencia oriental, no se queda en la forma o en la superficie (aunque me acerque a través de ella) sino que va más allá buscando la esencia que me hace vibrar. El croquis previo a cualquiera de mis pinturas, es como un diálogo, un acercamiento a lo más hondo.” Para Vila Matas, a la pintura le precede un trabajo fundamental, profundo e intenso de forma que antes de la primera pincelada la obra ya está concebida y sólo ha de fluir en el papel en una danza infinita.
“Me gusta pintar con los ojos del sentimiento , sin trabajar obligatoriamente con nuestras leyes de perspectiva. Personalmente prefiero la superposición de planos oriental. Ya he dicho que para mí lo importante es llegar a la esencia a través de la forma. Me gusta pintar no sólo lo que veo sino también lo que me transmite lo que estoy viendo. Y me gusta poder ver y sentir el vacío tanto como el lleno, así como sentir el vacío como algo lleno y concebir que el vacío está también en lo lleno.” Tere Vila Matas desarrolla así los principios del “lleno” y el “vacío” propios de la estética de composición oriental: da importancia no solo a las formas que la tinta deja en el papel sino también al vacío, incluso el sugerido en el trazo negro.
“El aprendizaje–prosigue Vila Matas- es toda una vida de investigación y hallazgos. Detrás de todo este inagotable mundo de creación existe una disciplina”. A Tere Vila Matas la avalan más de treinta anos dedicada al trabajo e investigación de la filosofía, caligrafía y pintura orientales, fusionándolas y enriqueciéndolas con la cultura occidental. Su fascinación se remonta a los anos 70, cuando, tras un proceso de búsqueda en solitario, conoció en París al maestro coreano Ung No Lee, quien le ayudó a entender que la técnica china para enfrentarse al espacio en blanco implicaba el aprendizaje de una filosofía de vida. Trabajó durante diez anos con Ung No Lee y “ahora –escribió de ella el periodista Eugenio Madueno- debe de ser una de las pocas pintoras europeas capaz de confundir con sus obras a los mismos chinos”.
En su brillante trayectoria artística cuenta con importantes premios internacionales, como el de la Innovación Artística de Nueva York y el Grand Prix de la Vigne de Francia. Sus obras cuelgan en el Museo Oriental de Valladolid, el Musée Olympique International de Lausana, el Museo Contemporáneo de Ceret o la Universidad de Bellas Artes de Seúl.